El estilo de publicidad que emplea tiene la marca agresiva del más salvaje capitalismo americano. Como ya se sabe, en dichos establecimientos la comida servida es cuidadosamente embalada y empaquetada con objeto de conectar con la curiosidad y fantasía innata de los niños/as. Incluso la arquitectura del local, así como su ordenación y estética, se halla en función de atraer al/la infante. Los globitos McDonalds, las tarjetas de cumpleaños intransferibles o los sorteos periódicos de juguetes, responden al objeto de atraer al niño y familiarizarle con el establecimiento.
Podemos recordar la filosofía del fundador de McDonalds, quien afirmaba que la empresa de consumo que atrae a los niños es la única que incrementará con seguridad sus ventas a largo plazo; por un lado porque, en la época de estrés y problemática en la familia, pocos padres tienen el coraje para oponerse a los deseos de sus hijos en cuanto a lo que comida se refiere. "Además, un niño cliente de McDonalds significa a largo plazo un adulto que, una vez padre, traerá sus hijos a la hamburguesería para revivir sus recuerdos infantiles ."
La contrapartida a todo este fetichismo es que el embalaje y las chucherías producen una cantidad fabulosa de basura, muy superior a la producida por un restaurante convencional de la misma capacidad.
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